CAPÍTULO IV

HISTORIA DE LOS PUQUINAS

UNA de las fracciones más importantes en que se dividió la raza de los arahuaques amazónicos fue la de los uros o puquinas, creadores de una cultura original cuyas huellas acusan su presencia en un extenso escenario geográfico en las regiones interandina y cisandina, mucho antes de que se desarrollaran, en estos mismos lugares, culturas superiores, llevando una vida estable y organizada.

Los conquistadores hispanos bautizaron a estos indios arahuaques establecidos en el altiplano peruano-boliviano con el nombre despectivo de uros, que son los mismos puquinas por el idioma. Desde épocas remotas vivieron en la región de Umasuyo, es decir, la región acuática del Perú precolombino.

Durante centenares de años recorrieron los lagos y ríos del extenso altiplano interandino dedicados en un principio a la caza y a la pesca de aves acuáticas siendo expertos y hábiles navegantes, pues manejaban con singular destreza sus balsas, sus embarcaciones rudimentarias que ellos mismos construían con la paja de totora, material que abunda en tupidos bosques a orillas del río Desaguadero y en los lagos Titicaca y Aullagas.

Hoy, los uros se mantienen tan puros en su sangre, en sus costumbres y tradiciones milenarias como en los días en que los aventureros blancos los descubrieron en las islas y playas de los lagos y ríos del altiplano boliviano. Por más esfuerzos que hicieron los misioneros católicos para comprenderlos y ganar su confianza y simpatía jamás la consiguieron en los primeros días de la colonia, porque esos hijos de las aguas se mantuvieron firmes e inquebrantables en la fiel observancia de la norma de vida de sus antepasados, viviendo en un forzoso aislamiento; en un hermetismo misterioso y absoluto, imposible de romper, para reducirlo al conocimiento de la religión cristiana. Fueron siempre perseguidos por los aguerridos y feroces collas de uno y otro confín de la zona interandina durante millares de años sin lograr sojuzgarlos completamente. Y esta raza siempre maldita y combatida de los uros soportó, con ánimo audaz y con resignación estoica, los indecibles infortunios y amarguras de su prolongado y eterno cautiverio.

Es que esta dolorosa e insufrible esclavitud consistía en que los aymaras vencedores obligaron a los pacíficos pescadores y cazadores a trabajos forzados durante muchísimos años; con estos pobres parias hacían trasladar, durante siglos, enormes bloques de piedra, gigantescos monolitos, algunos de 15 a 20 toneladas, en sus balsas de gran desplazamiento, desde el pie del volcán Cayppía, que está a más de 60 kilómetros en la península de Copacabana, hasta el lugar en donde se construía la inmensa y ciclópea urbe de Tiahuanaco, cuyos templos, palacios, jardines y murallas rivalizaron, dignamente, con los más notables monumentos de Egipto, Nínive y Babilonia, en los días gloriosos de su mayor exaltación y grandeza.

Bajo una tiranía despótica y sangrienta, superior a la que ejercieron los faraones de Egipto con sus tristes vasallos obligándolos a levantar las enormes pirámides, los míseros ilotas del Altiplano obedeciendo ciegamente a sus feroces caudillos vencedores murieron a millares, ya enterrados vivos en los cimientos de esos soberbios edificios, ya aplastados bajo el peso de tan ingentes peñascos en la obra titánica de su construcción.

Los quechuas, como agrupación más culta e inteligente, fueron después más compasivos, más humanitarios en el trato con estos míseros vencidos del Collao, pues comprendiendo bien la suma pobreza en que vivían, a orillas de los ríos y lagos, sólo les exigieron por tributo, en señal de sumisión, que cada uno diese al mes un cañuto de piojos de tasa. "Mandó (Sinchi Roca) a los inútiles como eran los Uros, que es gente zafia y inútil, en que cada uno de ellos diese al mes un cañuto de piojos de tasa en orden a que nadie estuviera ocioso" (14).

Los incas conocedores del ingenio y habilidad de estos humildes vasallos, les confiaron la dirección de sus embarcaciones en los ríos y lagos de sus extensos dominios.

Los castellanos no ejercieron sobre estos mismos indios, el rigor y crueldad que caracterizó al despótico gobierno de los aymaras, pero les exigieron que pagaran un tributo de pescado en sus respectivas pertenencias, quedando las autoridades encargadas de hacer efectiva esta gabela imperdonable a todo pueblo conquistado. Como prueba de nuestra aserción está el siguiente documento: "Durante la visita general que el Virrey Toledo hizo del Virreynato, tasó el repartimiento de Betanzos en 1958* pesos anuales. Constaba este de 1660 personas, de las cuales 353 eran indios tributarios; 307 aymaras y 46 uros. Aquellos debían pagar al encomendero 6 pesos anuales de tributo; parte en oro y plata, parte en ganados; chuño, maíz, aves, etc. etc. Los uros sólo pagaban 3 pesos en pescado y otras especies" (15).

PERSONALIDAD DE LOS PUQUINAS

Los uros actuales, cuyo verdadero nombre es Kjotsuñi, conservan las mismas características de la noble raza a que pertenecen. Su tipo es esencialmente mongoloide, de estatura mediana, ancho de pecho por el aire enrarecido de la puna; ojos rasgados, pómulos salientes, nariz chata, labios delgados, cráneo inclinado hacia el occipital (Láminas IX y X) como si fuera deprimido con artificio; cabellos rígidos, color renegrido por el frío glacial de las elevadas mesetas, de constitución fornida y admirablemente bien proporcionada.

A estas cualidades físicas reúne las intelectuales y morales: entendimiento claro, nobles sentimientos, gusto artístico, costumbres sobrias y constancia hasta el sacrificio en sus trabajos favoritos. Viste indumentarias originales llamadas yrs, manktsi, tschkeri, urku y la singular camisa talar con mangas cortas, que usan ambos sexos, llamada kutsi. Goza de alimentación sana y abundante, y de salud y vitalidad asombrosas. Estos son, en lacónico compendio, los rasgos característicos de los actuales puquinas que viven a orillas del río Desaguadero, en Bolivia.

RELIGIÓN DE LOS PUQUINAS

Los uros o puquinas han conservado en gran parte las costumbres religiosas de sus hermanos los arahuaques de las selvas amazónicas. En un principio rendían culto al puma, al cóndor, a la serpiente y al Huarihuilca, dioses que adoptaron por suyos los collas dominadores; pero el dios principal de los puquinas fue la luna, como se ha podido comprobar en los dibujos y decoraciones de su cerámica hallada en los estratos culturales más profundos de Tiahuanaco.

Y había mucha razón para que estos hijos de las aguas adoptaran por dios principal al radiante astro de la noche porque la luna les sirvió siempre de lámpara maravillosa para poder conseguir la caza y la pesca abundantes, principales aspiraciones de su existencia.

Tenían también por dios al sol, a las estrellas y a las divinidades protectoras de los ríos, lagos, tierras, cosechas y ganados cuando dejaban su vida de pescadores y cazadores para dedicarse al cultivo de la tierra y a la domesticación de animales.

Lor uros actuales son cristianos, pues en el mismo pueblo de Iru-Itu, que no cuenta sino 40 casas, se levanta una iglesia, que es el mejor adorno de la población, donde oyen devotamente la misa y se confiesan. Después de tantos años de repugnante idolatría y de penosas excursiones y apostolados de los meritorios sacerdotes bolivianos, quienes aprendieron su difícil idioma para comprenderlos, se consiguió que estos indios, firmes y constantes en sus viejas creencias y costumbres religiosas, en su lengua y tradiciones milenarias, se convirtieran a la Santa Religión del Crucificado.

VIVIENDA DE LOS PUQUINAS

Las moradas o mansiones de los uros han sufrido una evolución bien marcada en el decurso de los siglos. Las primitivas habitaciones que construyeron los arahuaques amazónicos fueron subterráneas, y ellos mismos las excavaron en el suelo para ponerse a salvo del frío glacial de la puna; después se levantaron en forma de círculo, como se admira actualmente en los kullpis y chulpas del Altiplano, de Churajón y Polobaya. (Láminas XI, XII, XIII, XIV, XV y XVI).

Las viviendas de los actuales uros de Iru-Itu son hechas en forma rectangular, sin calles delineadas, todas las casas agrupadas en un sólo lugar, con pequeñas avenidas hacia la ribera del río, donde se levantan sus astilleros.

VIDA Y OCUPACIÓN DE LOS PUQUINAS

Después de prolijos estudios arqueológicos y etnográficos se ha podido comprobar que los arahuaques, en su milenaria residencia en el altiplano peruano-boliviano, llegaron a un progreso cultural harto importante. Estos fueron, sin duda alguna, los autores del Primer Período de Tiahuanaco, y las obras que construyeron en esa remota edad nos hablan, con lenguaje mudó pero elocuente, del estado asombroso de adelanto a que llegaron sus ciencias y sus artes. Trajeron de la región amazónica a la andina, la práctica de las deformaciones craneanas, no por motivo de distinción de raza, de culto y de estética como lo usaron los pueblos primitivos en varios lugares del mundo, sino por fines frenológicos, esto es, que las deformaciones hechas por los antiguos arahuaques del altiplano interandino tenía efecto de gran trascendencia en el desarrollo o atrofia de las circunvoluciones cerebrales para los fines que destinaban a los operados. Con el desarrollo o atrofia de ciertas localizaciones cerebrales se facilitaba a unos el rápido despertar de las facultades intelectuales y a otros —anulando o restringiendo la vida intelectual— se les facilitaba el bienestar y florecimiento físico, el desarrollo y vigor de los músculos para cumplir con éxito satisfactorio, la misión de esfuerzo y de trabajo corporal a que se les condenaba al nacer. Después los aymaras y los quechuas imitaron, fielmente, esta costumbre singular en la deformación de los cráneos. Así a los amautas o sabios y a los sacerdotes se les deformaba la cabeza en forma vertical o levantada como una torre y a los destinados a la estrategia militar les aplastaban la región frontal dejando libre la occipital.

La textilería llegó entre los uros a un alto grado de perfección. Los tejidos de plumas multicolores urdidos con hilos finísimos de lana constituyeron el arte simbólico decorativo por excelencia de esta raza. Prueba ello el descubrimiento de cuarentitres mantos de estas maravillas del arte plumario de los antiguos peruanos, que efectúe el 15 de enero de 1943, en una huaca de la Hacienda "Hispana", distrito de Andaray, provincia de Condesuyos, departamento de Arequipa, los que se hallan en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología de la Magdalena, en Lima. También el Museo Etnológico: de Berlín ostenta entre sus tesoros uno de estos objetos artísticos. Los dibujos y decoraciones de su tosca cerámica nos hablan del concepto puro y delicado que tenían del arte. (Lámina XVII).

Para darse cuenta de la capacidad intelectual de los uros y de sus costumbres favoritas ha sido menester estudiarlos en su propio pueblo de Iru-Itu como lo han hecho con éxito satisfactorio los sabios Alfredo Metraux, Paul Rivet y, especialmente, Arturo Posnansky, quienes en sus investigaciones etnológicas y etnográficas han podido descorrer el velo que ocultaba el genio y habilidad que siempre caracterizó a este pueblo víctima de sus poderosos conquistadores.

La ocupación predilecta del uro, es la construcción de balsas de totora para navegar y vivir sobre las aguas. En la construcción de estas elegantes y esbeltas embarcaciones han manifestado una destreza y habilidad extraordinarias. No se puede pedir mayor perfección en este arte singular. Por más esfuerzos que han desplegado los aymaras y los quechuas por conseguir sobrepujar a los uros en esta industria no lo han podido.

Cuando el viajero visita esos apartados lugares del Desaguadero, ávido de conocer los restos vivientes de una raza milenaria, que está en vías de su completa desaparición, lo primero que observa es el número de astilleros donde se construye infinidad de balsas. En realidad de verdad, esta es la industria principal de toda la población, industria que les enriquece en el comercio que tienen con todos los demás indios del Altiplano, quienes hacen largos y penosos viajes por conseguir dichos transportes a precios subidos o en cambio de lanas o de comestibles. (Lámina XVIII).

Los uros, en esas confortables embarcaciones, recorren velozmente todas las regiones, aun las más difíciles de transitar del río Desaguadero, cuyas ciénagas y pantanos, canales y bosques de totora conocen a la perfección; en sus largas excursiones llegan hasta el lago Titicaca que lo exploran en gran parte.

Durante ciertas épocas del año, propicias para la pesca, casi todas las familias del mencionado pueblo, instaladas en estas cómodas embarcaciones, abandonan por algún tiempo sus hogares para recorrer en todas direcciones el río legendario, último baluarte de sus tiempos y de sus glorias pasadas, en busca de los codiciados y sabrosos peces como el suche, la boga, el kjarachi y el mauri que abundan en ciertas regiones bien conocidas por ellos. También dedican gran parte de su actividad a la caza de aves acuáticas que, en grandes bandadas de gallinetas, patos, huallatas, gaviota y flamencos, pueblan las numerosas islas y riberas de las aguadas y lagunas de toda esa región húmeda del Desaguadero.

Estas gentes lacustres conocen, además, los vientos de cada estación y la hora precisa en que empiezan a soplar en sentido favorable para desplegar las velas trapezoidales de totora que los llevarán a largas distancias. Las mallas, redes, cortinas y cercados en forma angular que emplean para la caza y la pesca son tan perfeccionadas e ingeniosas que llaman vivamente la atención de quienes los visitan para estudiar sus costumbres y tradiciones. Y en los días que les dan tregua sus rudas labores de explorar las aguas, dedícanse, hombres y mujeres, a la manufactura de esteras o alfombras de totora y de paja brava, objetos que por lo bien confeccionados y mejor presentados son buscados por los cholos e indios de los pueblos distantes para el adorno de sus casas.

Como se ve, la ocupación favorita del indio uro es la de navegar, vivir en continuo contacto con el agua, bañarse, zambullirse en ella con frecuencia como verdaderos batracios en busca del exquisito pescado que les da la vida y así estar satisfechos de su mísera existencia, que ellos la consideran como la más feliz y venturosa de este mundo.

El continuo contacto que tuvo este pueblo de navegantes con las aguas de sus ríos y lagunas de sus extensos dominios fue causa poderosa para que fuera amigo de la higiene, de la limpieza, como ningún otro en la América precolombina. El baño diario y continuo no les permite acumular, sobre sus personas y vestidos, la mugre repugnante y olor nauseabundo de que hacen tristísima ostentación los demás indios quechuas y aymaras de la extensa meseta andina.

EXTENSIÓN GEOGRÁFICA DEL ANTIGUO IMPERIO DE LOS UROS

Cuando los españoles tomaron posesión del Collao, los uros o puquinas se hallaban diseminados por la extensa planicie boliviana formada por los lagos Titicaca, Poopó, Coipasa y el Salar de Uyuni, abarcando desde el grado 15 hasta el grado 22 de latitud sur; pero esta relativa extensión que ocupaban los uros, mezclados con los aymaras, no era sino una parte del dilatado imperio que formaron en la antigüedad, cuyos límites eran: por el norte, el lago Titicaca, comprendiendo toda la extensa meseta interandina peruano-boliviana hasta la frontera argentina, y por la costa, desde el norte de Arequipa hasta el puerto de Cobija, lugar que marcaba la frontera con los changos, dueños del litoral chileno. La extensión geográfica ocupada por esta raza primitiva era casi tan grande como la del imperio aymara que le sucedió en esos mismos dominios después de constantes y encarnizadas luchas entre ambos pueblos en el decurso de muchos siglos. (Lámina XIX).

De esta misma región que ocupaban en la antigüedad los uros no les queda ahora sino una lengua de tierra, sobre la margen del río Desaguadero, que mide cerca de 1500 metros de largo por 800 de fondo. Llaman a este lugar Hanco-Hake; y en idioma uro Iru-Itu. También hay indios uros en la ribera opuesta al mencionado río, pero ya se han asimilado a los aymaras, de suerte que difícilmente se les puede reconocer como tales porque usan ya el vestido y el habla de sus dominadores.

"Los indios de Iru-Itu —dice Pospansky— son los únicos que, con valor y orgullo, con persistencia digna de sus remotos antepasados, han conseguido evitar la intromisión de los por ellos odiados elementos aymaras, y aún son dueños exclusivos del enorme totoral que principia a extenderse desde cerca de la desembocadura del Desaguadero hasta el sitio donde tienen su actual residencia terrestre" (16).

En efecto, toda esa considerable extensión de tierras denominada Haconta-Palayani, es considerada por los mismos aymaras de propiedad de los uros, pues cuando aquellos desean cortar totora para sus balsas tienen que pagar tributo a las autoridades respectivas del mencionado pueblo.

Como se ve, a este estado de miserable confinamiento han quedado reducidos los restos vivientes de aquella noble raza de arahuaques lacustres que, con titánico y valeroso esfuerzo, empezaron a poner los cimientos de aquel grandioso edificio de la civilización tiahuanaquense y que, si el Gobierno boliviano no presta las facilidades necesarias para su conservación, pronto, muy pronto, llegarán a su completo ocaso.

NOTAS

(14).— Oliva, Juan Anello, "Historia del reino y provincias del Perú.. . .", Libro Primero, editado por J. Pazos V. y L. Varela y O., Lima, 1895.

*     El Virrey Toledo gobernó el Virreinato del Perú entre 1569 y 1581. Es posible que se trate de un error tipográfico en la edición original (N del E).

(15).— Romero, Carlos A., "Biografía del Inca Tito Cusi Yupanqui", que precede la "Relación de la Conquista del Perú y hechos del Inca Manco II", por D. Diego de Castro Tito Cussi Yupanqui Inca. Colección de Libros y Doc. referentes a la Historia del Perú, T, II, Lima, 1916, p. XXXII.

(16 ).— Posnansky, Arthur, o. c., p. 67.
Biblioteca de la Casa del Corregidor. Puno, Perú
Código de registro: 003458
Ficha:
BERNEDO MÁLAGA, Leonidas.
La cultura Puquina. Lima, Perú: Ministerio de Educación, 1949. 131:35-49 pp., bibliografía, ceramios, índice y 45 láminas.

Leonidas Bernedo Málaga

Leonidas Bernedo Málaga
(Arequipa 1891-1977)

 

Monseñor Leonidas Bernedo Málaga dedicó muchos años a la investigación de la Cultura Puquina como la que sustenta a los antiguos pueblos que configuraron los agregados sociales de Arequipa.

Situándonos en el hoy, podemos apreciar que esto que ocurrió en épocas remotas sigue, de alguna manera, ocurriendo hasta nuestros días.

Sin embargo, como se trata de una cultura considerada extinguida, poco es lo que se conoce de los Puquina. De allí que compartimos, algunos capítulos del texto, referidos a la parte de historia que corresponde a Puno.

Los capítulos que se entregan son parte del texto La Cultura Puquina o Prehistoria de la Provincia de Arequipa, publicado en 1949 por el Ministerio de Educación Pública, merced al Premio "Inca Garcilaso" otorgado, al Canónigo Leonidas Bernedo Málaga, por el Jurado de los Premios de Fomento a la Cultura, edición 1945, por su valioso trabajo de investigación en el campo de la Arqueología Prehistórica.

Octubre, 2010

 

Cultura Puquina


LÁMINAS

LÁMINA IX
 
LÁMINA X
 
LÁMINA XI
 
LÁMINA XII
 
LÁMINA XIII
 
LÁMINA XIV
 
LÁMINA XV
 
LÁMINA XVI
 
LÁMINA XVII
 
LÁMINA XVIII
 
LÁMINA XIX
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LÁMINA XX

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CAPÍTULO V

LOS UROS O PUQUINAS JUZGADOS POR LOS VIEJOS CRONISTAS, ESCRITORES Y VIAJEROS

Con lo que acabo de exponer sobre el origen, personalidad y cultura de los indios uros me creo suficientemente autorizado para declarar que la mayor parte de los conceptos vertidos, en muchos libros, por los antiguos cronistas españoles concernientes a estos aborígenes son falsos por los errores que encierran. Voy a probarlo:

Los conquistadores hispanos, al recorrer detenidamente todos los parajes del altiplano boliviano en busca del oro que tanto codiciaban, tuvieron palabras de elogio, de aplauso clamoroso para los pueblos que les rindieron pleito homenaje de sumisión y vasallaje. Y esta bondad y simpatía que dispensaron los barbados para con los vencidos eran más francas, más generosas cuando los vasallos les presentaban ricas ofrendas de metales preciosos.

Por eso, los indios sumisos con el fin de gozar de la confianza y el aprecio del despótico y orgulloso vencedor hacían largos y penosos viajes a lugares ricos en yacimientos auríferos y argentíferos para traerles todo el oro y la plata que podían cargar sobre sus espaldas.

Los aymaras les ofrecieron desde los primeros días del coloniaje el estaño y la plata de sus numerosas minas, inagotables en estos metales; los quechuas les brindaron, con generosidad nunca vista, todo el oro acumulado en los templos y palacios del Imperio del Sol, que constituía el valioso patrimonio de los Incas, tesoro avaluado en miles de millones de soles de nuestra moneda. Infinidad de buques surcaron los mares del Pacífico y del Atlántico, durante cerca de tres siglos, llevando tan preciosa carga para locupletar las arcas del tesoro de la corona de los Reyes de España.

Y esta riqueza inmensa de la que no existe parangón en la historia, por una aberración inexplicable en los destinos de la raza, labró paulatinamente la mayor desgracia del Imperio de Carlos V y de Felipe II; imperio que por lo extenso, rico y poderoso llegó a ser el más grande que registran los anales de la historia de la humanidad. El oro del Cuzco y la plata de Potosí, y el éxodo de toda clase de gente hacia las promisoras tierras americanas, paralizaron las maquinarias y los hornos de las industrias españolas y las fomentaron y multiplicaron en los demás países europeos con el pedido constante de mercancías que hacían todos los pueblos hispano-americanos, estados que nacían, crecían y florecían desplegando todas sus actividades para su mayor progreso y engrandecimiento en el mundo nuevo descubierto por Colón. La riqueza cuando no es bien empleada y aprovechada por las naciones o imperios poderosos les sirve de vehículo nefasto para precipitarse en el abismo de su decadencia. La historia comprueba esta verdad con argumentos convincentes e incontestables.

Volviendo al asunto que trato de dilucidar en estas páginas, los indios uros no eran metalurgistas, es decir, no tuvieron jamás atractivo alguno por los metales, especialmente por los preciosos, objetos de tanta codicia de parte de los extranjeros victoriosos. Sus industrias de caza y de pesca no les permitía dedicarse a la extracción de minerales porque no les reportaba casi ninguna utilidad para los intereses que ellos perseguían con tanta abnegación y sacrificio. Y prueba de ello es que en el subsuelo habitado por estos aborígenes desde épocas remotas no se ha podido encontrar sino algunos tupus o alfileres de cobre cuya parte superior tenía la forma de media luna y que los usaban para sostener ciertas prendas de sus vestidos. (Lámina XX). También se han descubierto algunos objetos del mismo metal que destinaban al mejor éxito de sus ocupaciones predilectas; pero, hasta el presente, no se ha conseguido en dicha vasta zona arqueológica ninguna lámina o pieza de oro o de plata que delate el amor o afición de estos míseros pescadores al resplandor de las gemas y metales preciosos.

Ahora bien, esta suma pobreza de los uros en materia aurífera, unida a su ingénita indiferencia por todo aquello que no les reportaba ninguna utilidad positiva en su vida de batracios y lobos de ríos y lagos, les concitó el desprecio por parte de los conquistadores hispanos. Estos ensoberbecidos por sus fáciles triunfos, manifestaron, desde un principio, profunda repugnancia y animadversión por esta tribu de indios tan estrafalarios en sus costumbres, en su religión y maneras de pensar y de vivir. Es esta razón principal por la que hablaran siempre de ellos en términos harto injuriosos, despectivos y denigrantes "Y este mal juicio —agrega Posnansky— era copiado de unos a otros hasta hoy. Por supuesto que un pueblo conquistado, en pleno martirio y persecución; un pueblo sin patria no puede conservar mucho de su antigua nobleza, y con ellos pasó lo que ha acontecido siempre, que los asimilados eran luego los peores enemigos de su propia raza" (17).

Este concepto, erróneo, falso y absurdo que injustamente se formaron, los primeros exploradores del Collao, de la vida y personalidad de los uros, reprodujeron y exageraron en demasía los cronistas, los historiadores y viajeros de los siglos XVI y XVII, quienes nunca se dieron el trabajo de conocer, personalmente, las estratégicas regiones ureñas, ni tampoco pudieron hablar con los indígenas para comprenderlos. Todos los laudabilísimos esfuerzos que desplegaron los infatigables misioneros católicos —como ya dejé dicho— en los primeros años del Coloniaje para conquistarlos y convertirlos a la fe cristiana fueron completamente inútiles.

Es necesario recordar lo que dice el Padre Antonio de la Calancha en su "Corónica Moralizada" sobre la personalidad física, intelectual y moral de los uros y de sus antiguos habitantes:

"A la Provincia de Paria —dice el citado religioso—, que nos dio el ilustre bienhechor Lorenzo de Aldana, vecino encomendero de este repartimiento que cae en Potosí y la ciudad de Chuquiago, y se extiende hasta la villa de Cochabamba con requísimas administraciones de ganados mayores y menores, dispuestos para santos efectos y los más indios que la habitan son indios uros, gente la más bárbara del Perú, obcena y renegrida; come la carne cruda, habitan en los lagos, y sólo se inclina a las lagunas"... Y en otra página del mismo libro agrega lo siguiente: "Son aquellos pescadores de la laguna y los isleños de aquel archipiélago, gente belígera, guerreadora, soberbia, inconstante, vil, temática, temeraria en lo que intenta y sin miedo de la justicia en lo que acometen, o porque tienen fácil la huida o porque es a propósito la emboscada, o porque es dificultoso el prenderlos, o porque los más aborrecen de muerte a los españoles, y les enamora poco la luz evangélica" (18).

José Toribio Polo, en su magistral trabajo titulado "Indios Uros del Perú y Bolivia" (19) ha trascrito importantísimas notas bibliográficas de los primeros cronistas que han tratado sobre la vida y costumbres de los uros, datos valiosos que he aprovechado para conocer a fondo el juicio y común sentir de los primeros escritores del Coloniaje sobre estos indios tan aborrecidos.

El Padre Acosta, dice: "Cría el Titicaca gran copia de un género de junco que llaman los indios totora de la cual se sirven para mil usos, porque es comida para puercos y para caballos y para los mismos hombres; y de ella hacen casa, fuego y barco y cuanto es menester, tanto hallan los uros en su totora. Son estos Uros tan brutales que ellos mismos no se tienen por hombres sino por Uros como si fuera otro género de animales. Halláronse pueblos enteros de uros que moraban la laguna en sus balsas de totora trabadas entre sí y atadas a algún peñasco, y acaecíales llevarse de allí, y mudarse todo un pueblo a otro sitio y así buscando hoy a donde estaban ayer, no hallarse rastro de ellos ni de su pueblo" (20).

Ahora bien, para comprobar que otros escritores no hacían otra cosa que copiar fielmente lo que otros cronistas escribieran sobre los uros, reproducimos los juicios que vierte Antonio Herrera en su "Historia General de las Indias": "Tiene, dice este cronista, la laguna de Chucuito, de largo 35 leguas y 15 de ancho: cría gran copia de ese junco que llaman totora que es comida para caballos y puercos, y los indios uros hacen de ella casa, comida y barcos y cuanto han menester. Estos uros son tan salvajes que preguntándoles quienes eran, respondían que no eran hombres sino uros, como si fueran otra especie de animales. En la laguna se hallaron pueblos enteros de éstos que moraban en ella en balsas de totora atadas a un peñasco y cuando querían se mandaba todo un pueblo a otra parte" (21).

Garcilaso de la Vega los califica a dichos indios de "rudos y torpes" (22). El cosmógrafo Juan López de Velasco los tilda de "gente inútil y ociosa" (23).

El Padre Bernardo de Torres, los señala con el apelativo de "rudísimos y sobre todo encarecimiento bárbaros" (24).

El respetable religioso Ludovico Bertonio en su "Vocabulario de la Lengua Aymara" dedica a los uros estas frases despectivas: "Uro, una nación de indios despreciables entre todos, que de ordinario son pescadores y de menos entendimiento" (25).

El doctor Víctor M. Maurtua, gran internacionalista, en el juicio de límites entre el Perú y Bolivia en 1906, presentó como prueba peruana al Gobierno de la República Argentina, que sirvió de mediadora, un texto importantísimo de Baltasar Ramírez del año 1597 en el que se hace mención de los uros. "Los indios uros —apunta dicho autor— es gente que vive en las lagunas, como en la laguna de Chucuito y en la de Paria y en otras partes. Estos hacen sus casas en el agua sobre unas balsas de heno o enea que en el Perú llaman totora. Visten mal y comen, fuera del pescado, lo que pueden hurtar de los comarcanos de la tierrra; es gente ruda y tosca y casi hostil. No sabían pagar tributo ni sirven, y en la visita general que hizo don Francisco de Toledo los hizo empadronar y poblar fuera del agua, y así ahora tributan y sirven en doctrina y algún concierto" (26).

Militan de igual manera en la falange de los enemigos de los pobres parias del Collao otros cronistas y escritores notables como Lizárraga, Matienzo, Ramos Gavilán, Salmerón, Cobo, Cosme Bueno, Squier, Billenghurst, etc., etc. Y el mismo José Toribio Polo, quien escribió páginas importantes sobre la historia de los uros, no pudo sustraerse del falso concepto que se habían formado de ellos los cronistas y escritores que acabo de mencionar, pues declara con notoria injusticia "que son hoy tan torpes y agrestres como entonces, viviendo cual trogloditas en las cavidades de algunos cerros que orillan el lago.... de suerte que apena el contemplarlos, y que nos recuerdan, aun sin quererlo, al lapón o al esquimal" (27).

El doctor José de la Riva Agüero dedícales, también, epítetos harto denigrantes: "Los Uros, en gran manera dolicocéfalos, bestiales sobre toda ponderación, menos cazadores y pescadores son por la lengua los mismos puquinas" (28).

Pero lo que llama grandemente la atención es que Cieza de León, el príncipe de los cronistas españoles, no haya dicho nada sobre la vida y costumbres de los uros. Probablemente no quiso, este distinguido escritor, hacer constar en sus crónicas tan respetables las sinrazones y patrañas que se inventaron en su tiempo contra estos pobres indios porque él no los conoció ni trató personalmente.

De todo lo dicho se deduce, como conclusión lógica, que la mayor parte de los cronistas al hablar de la vida y costumbres de los uros yerran miserablemente. Los conquistadores hispanos nunca pudieron comprender la idiosincrasia de estos arahuaques del Altiplano y por este delito les dedicaron los epítetos más despectivos y denigrantes que acabamos de ver.

Sin embargo, esta raza milenaria salvó del naufragio seguro de siglos de sangrienta persecución por el genio extraordinario que desplegaron en su defensa. Como eran eximios navegantes conocieron muy bien los lagos, islotes, pantanos, ciénagas, canales y bosques de totora de la extensa región fluvial interandina, y el conocimiento de esos lugares estratégicos les sirvió de táctica invencible contra los constantes y sangrientos ataques de que fueron objeto de parte de los indomables collas.

El hecho de vencer, de humillar a un pueblo, privarle del derecho de hombres, reduciéndolos a la más ignominiosa servidumbre, como lo fueron los inteligentes y valerosos habitantes de la ciudad de Yllos, por los espartanos victoriosos o los parias de la India, por motivos ancestrales de raza, no da derecho para que el escritor los trate como gente bárbara e inculta y bestiales sobre toda ponderación. Proceder así en contra de una raza siempre perseguida, vencida y humillada es la mayor injusticia que puede cometer un historiador culto y erudito que investiga los acontecimientos históricos con un criterio amplio, imparcial y justiciero a fin de dar autoridad científica a su relato.

Decir que los uros fueron y son gente zafia e idiota, bárbara y despreciable porque viven en miserables chujllas a orillas del río Desaguadero, o por que se alimentan de raíces de totora, de pececitos y de aves en las lagunas, como lo dice y afirma Alfonso Ramos Gavilán, es juzgar las cosas con un criterio estrecho y pueril, indigno de una persona ecuánime y sensata. Juzgar a una agrupación étnica únicamente por meras apariencias accidentales sin tener conocimiento de su capacidad intelectual ni de su valor moral es un error incalificable, un defecto imperdonable. Y este error, digno de todo vituperio, cometieron la mayor parte de los cronistas, escritores y viajeros que han tratado de los indios uros desde el siglo XVI hasta nuestros días.

Sólo después que estos pobres indígenas han sido estudiados por grandes hombres de ciencia bajo el punto de vista antropológico, etnográfico y lingüístico se empieza a hacerles justicia; se les trata con criterio más humano y comprensivo; se les compara con los demás indios del altiplano boliviano en capacidad intelectual, en sus costumbres y prácticas religiosas. Ha sido menester llevar a feliz realización abnegados y prolijos estudios para que la crítica científica levante el enorme peso de la infamia que los oprimía, que los asfixiaba durante cuatro siglos.

Esto nos prueba, paladinamente, que hay errores históricos que perduran de generación en generación durante siglos como verdades incontestables, difíciles de rectificar y corregir. Si no se hubieran descubierto, casualmente, las hermosas ruinas de Pompeya y de Herculado, ciudades enterradas por las lavas y cenizas del Vesubio el año 79 de Jesucristo, ruinas en las que el arqueólogo ha constatado a la luz radiante de los restos encontrados, la religión, moralidad y tradiciones originales, nunca se hubiera podido enmendar y corregir errores garrafales que se enseñaban con visos científicos sobre la vida y costumbres del pueblo romano; pueblo que llegó a ser dueño de los destinos del mundo antiguo.

Casi idéntica cosa ha pasado con la historia de los indios uros, con la única diferencia que éstos no fueron enterrados por lavas de volcanes en erupciones atronadoras, sino que durante siglos fueron azotados por un diluvio de difamaciones y calumnias grotescas, y sólo hoy, merced al estudio detenido, prolijo, que se ha hecho de ellos, se ha logrado conocer que estos uros tan odiados y perseguidos no son tan cretinos y bestiales como los pintan los cronistas hispanos y muchos escritores y viajeros, sino que son antropológicamente de capacidad intelectual superior a los demás indios de la región altiplánica y que conservan actualmente, aunque en escasa población, con orgullo y altivez, su anhelada independencia, contestando al viajero que los interroga: "Nosotros somos los más antiguos de esta tierra; antes que el sol se escondiera por largo tiempo ya estuvimos aquí".

Doy término a este estudio dedicado a los cronistas con estas sabias palabras del doctor Manuel G. Suárez Polar, ilustre catedrático de Historia de América y de Arqueología de la Universidad de San Agustín de Arequipa: "Si al estudiar —escribe el prestigioso maestro— las culturas altiplánicas encontramos que existe disconformidad entre lo que dicen las ciencias arqueológicas, geológicas, etnológicas, etc., etc. y lo que relatan los cronistas españoles de los siglos XVI y XVII, no debe llamarnos la atención, ya que cuando éstos llegaron florecía la civilización del incanato, y mejor dicho era la última, y como tal, había dejado mayores huellas y aún podía recogerse de fuentes vivas su historia, y por eso que todos estudiaban prescindiendo de las civilizaciones anteriores que ya habían declinado como la civilización de Tiahuanaco" (29).

NOTAS

(17).— Posnansky, Arthur, o. c., p. 61.

(18).— Calancha, Antonio de la, "Corónica Moralizada del Orden de San Agustín en el Perú....", Barcelona, 1638, p. 80.

(19).— Polo, José Toribio, "Indios Uros del Perú y Bolivia". En "Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima", Lima, 1901, T. X, p. 445-482.

(20).— Acosta, José de, "Historia Natural Y Moral de las Indias", Sevilla, 1590, p. 95.

(21).— Herrera, Antonio de, "Historia General de las Indias" (Décadas), Madrid, 1601, Cap. XIII.

(22).— Garcilaso de la Vega, el Inca, "Comentarios Reales...." Lisboa, 1609, T. I, p. 225.

(23).— López de Velasco, Juan, "Geografía y Descripción Universal de las Indias, recopilada desde el año de 1571 al 1574". Publ. por Justo Zaragoza, Madrid, 1894, p. 505.

(24).— Torres, Bernardo de, "Crónica Moralizada de la Provincia del Perú del Orden de San Agustín... .", Lima, 1653, L. 1°, p. 125.

(25).— Bertonio, Ludovico, "Vocabulario de la lengua aymara", Juli, 1612, (Publicado de nuevo por Julio Platzmann, Leipzig, 1879), p. 380.

(26).— Ramírez, Baltazar, "Descripción del Reino del Perú....", México, 1597. En "Juicio de Límites entre el Perú y Bolivia; prueba peruana presentada por V. A. Maurtua", T. I, Madrid, 1906.

(27).— Polo, José Toribio, o. c., p. 5.

(28).— Riva Agüero, José de la, o. c., p. 292.

(29).— Suárez Polar, Manuel G., “Lecciones de Arqueología”, Universidad del G. Padre San Agustín, Arequipa, 1936.